martes, 6 de octubre de 2009

Dulce primavera de la vida



La primavera es un símbolo de la juventud, y por eso a esta la llamamos la primavera de la vida, puesto que en esos años maravillosos de la existencia comienza n a florecer en el ser humano las aspiraciones más nobles y más grandes, se fijan los ideales y se aprestan las energía para afrontar la larga batalla de la vida.
El joven o la joven han dejado detrás de si el mundo encantado de la infancia y aquel otro un tanto contradictorio, indefinido y confuso de la adolescencia, para afirmar su personalidad y para labrar su propio destino. Cuanta para ello con una alforja llena de esperanzas, un corazón generoso y valiente, un entusiasmo vivo y rebosante y una fe tenaz e inconmovible en el porvenir. Ha alcanzado la plenitud de sus energías físicas y es consciente de que posee capacidades intelectuales hasta ahora no sospechadas.
Allí estamos los jóvenes llenos de bríos con nuestras esperanzas, con nuestros sueños, con nuestras ilusiones. Pero ahora, allí estamos nosotras, en un mundo violento y corrupto. Estamos a las puertas de la vida, sin saber lo que nos espera. Sin poder discernir el futuro. Sin embargo, nosotros la juventud no es privativa de un cierto número de años en la vida, sino más bien de la actitud frente a la existencia.
La juventud es bella porque está llena de esperanza. Y la juventud no muere mientras la esperanza vive en el corazón.
¿Por qué perder después de os veinte años la fe en la vida y el gozo de vivirla?
Vivamos, pues, llenos de fe y entusiasmos, llenos de esperanza y valor, y habremos descubierto el secreto de prolongar estos años maravillosos de la juventud durante toda la vida. Toda tu vida subsiste por Él, que es la fuente de la Vida y la Vida eterna, todavía existe generando la vida, regalándonos la vida, y más aun la VIDA ETERNA que será una ETENER PRIMAVERA.

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