martes, 6 de octubre de 2009

la naturaleza

Era una de esas tardes celestes y sobre el canto verdor
De la arboleda se dejaba caer, el Sol rojizo; ahuyentando los pájaros sobre la seda de sus nidos.
Cantaba la noche. Ardía la música misteriosa de sus versos
Sobre la palizada atorada entre los arrabales.
Se oían lejanos entre los ajetreados hondos del caimán de los jelices.
El mocoso trinar de los polluelos y el aleteo de sus madres.
La noche y espanto juntos en su afilado ritual
Estiraban sus ramas como avivando al viento.
Mientras del molino del mar se desangran estruendosos los tormentos; acompañados con la brisa y un frío fantasmal.

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