
El mundo está lleno de la grandeza de Dios”, escribió Gerard Manley Hopkins, poeta inglés del siglo 19. A través de la historia humana, nuestros poetas, sagas y místicos han visto el reflejo de Dios en la naturaleza. Y han sido inspirados, hasta obligados a compartir sus visiones. Piensa por un momento en todas las imágenes de la naturaleza que han sido evocadas como metáforas para Dios o algún aspecto de lo Divino: fuego, viento, agua, tierra, sol, luz. La presencia de Dios también ha sido simbolizada por el trueno y el rayo, una montaña majestuosa, una roca indestructible, una semilla, un árbol poderoso, una flor en capullo. Algo de Dios ha sido revelado en los ojos centelleantes de un tigre, en un águila que se remonta en vuelo, en el susurro de una paloma y en una bella mariposa. Como Ralph Waldo Emerson lo expresó en su libro clásico Naturaleza, “La naturaleza es el símbolo del espíritu de Dios”. ¡Ciertamente así es, y con una diversidad fabulosa! Los seres humanos siempre han sido atraídos por la belleza y la majestad de la naturaleza, pero ésta nos invita a mirar más profundamente. Es como si Dios estuviera escondido detrás de cada árbol, bajo cada roca, sobre cada colina, a través de cada pradera, en el fondo de cada lago, a través de cada nube, en las alas de cada pájaro, en los ojos de cada animal. Es como si Dios juega a las escondidas con nosotros y espera que descubramos al Uno en todo.
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